Cada mañana despierto con sueño de tu recuerdo. Me levanto de la cama pisando la esperanza de que este si es el día en que te sacare de mi vida. No sé si usé el pie derecho o el izquierdo pero sentí el frio de este infierno. Me asomo en mi ventana buscando los rayos del sol pues desde que te fuiste de mi lado nadie iguala tu calor.
Luego me dirijo hacia el baño para tomar una ducha y así limpiarme las ganas de tenerte justo aquí. Sin embargo, por más que intento arrancarme tu desprecio de la piel, el jabón del olvido no funciona con todo el sucio que dejaste en mi ser.
Voy y me desayuno cereal de fortaleza para reducir la debilidad de extrañar tu presencia; mas todo es en vano, sigo con hambre de besos y de tus caricias una inmensa sed. Nada logra satisfacer las ansias que tengo de poderte poseer.
En el trabajo malgasto el tiempo pensándote, en la universidad todo me habla de ti. Tu lejanía siempre está presente desconcentrándome, no me deja aprender la manera de borrarte y ser feliz.
Llego a casa, tras otro día desperdiciado, después de una jornada más de mi sufrir. Cansada de buscar razones para continuar. Pero estas ganas de rendirme siempre encuentran la manera de hacerme desistir.
Regreso a mi cama y así esperar que el insomnio se decida a venir. No me deja sola ninguna noche, es quien te sustituye desde que lo dejaste morir, a aquel amor que llenaba nuestra existencia, que crecía cada día y bastaba para vivir. Mas hoy me encuentro sola, contando cada hora de las madrugadas sin ti. Sí, estoy pensando en lo que vendrá, de mi próxima jornada, la manera en que se irán perdiendo las esperanzas e imaginándome cuantos kilómetros más se alejara mañana el bienestar de mi. Esta es la rutina, mi depresiva rutina desde el momento en que decidiste marcharte de aquí.
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